Foto: AFP
Autor: Carmelo Peralta Rivero, investigador CIPCA
Fecha: 08/09/2019
En esta nota se hace un análisis en lo que va del 2019, sobre los impactos socioambientales de las áreas afectadas no solo a causa de los recientes incendios forestales, sino también de su relación con el vigente modelo productivo extractivista que persigue la consolidación de complejos productivos agropecuarios que empiezan a configurarse de momento a costa de la depredación de la Chiquitania, Amazonía y Chaco. Asimismo, se proponen modelos de producción alternativos y sostenibles, implementados y validados por los productores de la agricultura familiar, por su viabilidad productiva y aporte a la economía y seguridad alimentaria de la población de diferentes regiones de Bolivia, pero también porque podría ayudar a la recuperación de sistemas productivos, naturales y humanos del área afectada.
Valoramos la impresionante generación y disponibilidad de información por parte de instituciones bolivianas y extranjeras sobre los incendios, ésta debe de servir para promover medidas de control y prevención. Según informes, los focos de calor en 2019 se incrementaron exponencialmente ocasionando hasta el 27 de agosto un total de 2,1 millones hectáreas de bosques y pastizales quemadas, principalmente en la Chiquitania, Chaco y Amazonía boliviana (SATRIFO-FAN, 2019)de las cuales 954.000 hectáreas fueron incendiadas en tan solo 20 días del mes de agosto en los departamentos de Santa Cruz y el Beni afectando a decenas de comunidades y al menos 5.000 familias.
El aumento de focos de calor desde el mes de julio debido a factores antrópicos (quemas por chequeos) y condiciones naturales (sequía, baja humedad relativa, la disponibilidad de material vegetal que actúa como combustible y los vientos), coinciden con la promulgación del decreto supremo 3973 del 9 de julio del 2019 que “autoriza el desmonte para actividades agropecuarias en Beni y Santa Cruz”, lo cual se abordó en una nota anterior en donde se alertaba sobre los posibles efectos por la modificación del DS 26075 (https://n9.cl/g60e). Tan solo del 10 al 31 de julio, 4.270 focos fueron detectados a través de satélites Aqua MODIS y Terra MODIS de la NASA, y otros 26.731 del 1 al 31 de agosto (Figura 1).
Podríamos decir que existe una relación directa de la ampliación de la frontera agropecuaria con el aumento de los focos de calor y consiguientes áreas quemadas, puesto que resalta la coincidencia de su localización con los complejos productivos extractivistas proyectados por la ABT sobre todo para Santa Cruz y el Beni. Los focos de calor estuvieron situados principalmente en las áreas proyectadas para los complejos: ganadería intensiva Chiquitania-Pantanal donde se perdió gran superficie de bosque chiquitano; complejo ganadería Beni y sus áreas de expedición agropecuaria; y en el complejo agricultura intensiva en el corredor Santa Cruz-Beni (Figura 1).
Lógicamente esa coincidencia tiene el trasfondo de incrementar la frontera agropecuaria la cual viene siendo sustentada por una serie de leyes y decretos (Ley 740, Ley 741, DS 3973 entre algunos) (https://n9.cl/t2x6), en su mayoría sin reglamentación o justificación técnica y menos aún científica para su aplicación y regulación. Esta situación afecta a todos los actores sociales, y más aún, aquellos que no se relacionan con las mismas.
Figura 1. Bolivia. Complejos productivos propuestos por la ABT, áreas para la apertura de la frontera agropecuaria y su relación con el aumento de focos de calor en julio y agosto del 2019.
Por otro lado, es importante señalar que los
focos de calor y por consiguiente áreas quemadas impactaron a áreas boscosas
catalogadas como de potencial agropecuario y agropecuario en producción. Por lo
general, en esta época del año los grandes ganaderos preparan sus terrenos para
un nuevo ciclo de producción y los pequeños productores de comunidades
campesinas e indígenas por lo general recién chaquean en octubre previo a la
época de lluvias. En la figura 2 se puede apreciar la coincidencia de áreas
quemadas y su localización en lo que serían dos complejos productivos
(ganadería intensiva Chiquitana-Pantanal y Ganadería Beni) y las tres áreas de
expedición de la agropecuaria para el Beni.
Figura 2. Áreas quemadas en 2019 y su relación con la localización de complejos productivos para ampliación de la frontera agropecuaria.
Tomando como base la cobertura de tipos de bosques
de la OTCA y MMAyA (2015) y las áreas quemadas reportadas por (SATRIFO-FAN,
2019), se estima una pérdida de 566.738 hectáreas de bosques, de los cuales al
menos el 40% correspondería al bosque chiquitano, un 34% al bosque chaqueño y
10% al bosque amazónico, etc. (Tabla 1). Lo ideal sería tener una cobertura
forestal de uso reciente a los incendios forestales para determinar con
exactitud los cambios de cobertura forestal y usos de suelo.
Por otro lado, una primera aproximación nos
indica que todas las áreas quemadas (bosques, pastizales y otros) para tierras
bajas están localizadas en propiedades privadas (495.368 ha), en TCO-TIOC
alcanza las 140.126 ha y en comunidades campesinas 46.484 ha. El resto de áreas
quemadas se encuentra localizadas en tierras fiscales, tierras en saneamiento,
áreas naturales protegidas y otras sin identificación (Figura 3). No obstante,
habrá que actualizar los datos según el avance de la titulación de tierras por
parte del INRA, y puede que el área quemada aumente para algunos de los actores
sociales que poseen tierras.
Figura 3. Relación bosque, áreas quemadas y la tenencia de la tierra como factor de cambio del uso de suelo.
Con todos los datos expuestos, lo cierto es
que en Bolivia el fenómeno de la subvaloración de los recursos forestales por
parte de algunos actores sociales, principalmente grandes ganaderos y de
grandes empresas agroindustriales, va en aumento. Generalmente ven al bosque
como un obstáculo para el desarrollo de sus actividades y no valorizan el
aporte socioeconómico y ambiental que estos generan, más aún cuando los bosques
están degradados por causa de la tala selectiva o por los incendios forestales
que debilitan sus funciones naturales y su valor económico, siendo el siguiente
paso la deforestación y por consiguiente la ampliación de la frontera
agropecuaria.
Este fenómeno, es muy diferente para otros actores como las comunidades campesinas e indígenas quienes realizan actividades agropecuarias sostenibles y tienen una relación directa con los productos del bosque para generar su economía y seguridad alimentaria. En este sentido, presentamos algunas propuestas de modelos de producción que han sido exitosos en diferentes regiones de Bolivia y podrían ser una alternativa viable para fomentar la producción y recuperación de sistemas productivos y naturales tanto para la Chiquitania, Amazonía y Chaco sin distinción de actores sociales. No se trata de seguir ampliando la frontera agropecuaria, sino más bien, mejorar los procesos de producción aumentando la productividad de manera sostenible y eficiente.
Una alternativa son los sistemas agroforestales (SAF). Éstos generan múltiples beneficios: a) en el ámbito económico los SAF presentan un rendimiento económico muy alto, con una estimación de Bs. 55.000 de ingresos generados en los primeros 10 años de producción en una parcela de una hectárea. Estos ingresos son superiores a otras alternativas ampliamente promovidas como la ganadería vacuna y la producción de arroz que típicamente generan entre el 20 a 30% de estos ingresos por hectárea en el mismo lapso de tiempo; b) En lo ambiental, los SAF en promedio almacenan hasta 127,4 toneladas de carbono por hectárea según el contexto y edades de las parcelas. De manera anual un SAF captura en promedio 16,5 toneladas de carbono por hectárea al año y tienen un potencial muy alto para mecanismos de mitigación del cambio climático y conservación de la biodiversidad; c) en lo social contribuyen fuertemente al bienestar personal y las familias que los implementan, quienes destacan que los SAF les han permitido obtener autonomía e independencia, además, éstos generan fuentes propias de empleos y mejoran sus medios de vida que les permite generar estrategias para construir un modo de vida digno (Vos et al., 2015).
Otra alternativa es la ganadería semi-intensiva que en lo económico-productivo, utilizando menos tierra para la producción genera beneficios atractivos en relación a una ganadería tradicional extensiva. Ureña y Villagra (2016) demostraron que incrementando biomasa forrajera y silvopasturas en sistemas semi intensivos, se incrementa la natalidad de ganado bovino de 50 al 80% y se disminuye la mortalidad en terneros de un 10 a un 5%. Asimismo, se ha logrado obtener animales con mayor, peso en menos tiempo (pasaron de 4,5 a 3 años para alcanzar animales de 400 kg). Peralta-Rivero y Cuellar (2018) demuestran que el ingreso económico de un sistema de manejo ganadero semi-intensivo de 5 años con aproximadamente 500 hectáreas con hasta 200 cabezas de ganado generan más del doble de los ingresos económicos anuales de hasta Bs. 83.184 que un sistema extensivo con características similares.
En el aspecto social, la ganadería semi-intensiva genera bienestar en las familias, pero sobre todo empleos y contribuye a satisfacer las necesidades básicas. Cuando se trata de una ganadería comunitaria, la organización de productores es alta y les permite superar dificultades y aprovechar mejor sus potencialidades para la consolidación de sus sistemas ganaderos. También, ayuda a miles de familias a incrementar su capital humano y consolidar su territorio bajo un enfoque responsable del manejo, aprovechamiento y conservación de sus recursos naturales bajo la lógica de gestión territorial (Peralta-Rivero y Cuellar, 2018; Ureña y Villagra, 2016). En el ámbito ambiental, un hato ganadero bajo manejo semi-intensivo emite hasta 50% menos emisiones de metano por mejor alimentación y aprovechamiento de los recursos en el sistema productivo, pero también, por la práctica de rotación de mangas, clausura de montes y manejo del hato lo que evita emisiones de hasta 19,39 Tn C/ha en diferentes reservorios del sistema en relación a un sistema de manejo de ganadería extensiva. También, contribuye a la regeneración natural de la vegetación, clave para el sustento del sistema productivo, pero también, reduce la carga animal considerablemente de 14 a 5 hectáreas por unidad animal, e inclusive, hasta una hectárea cuando se implementa silvopasturas reduce considerablemente la compactación de los suelos, clave para el equilibrio ecológico del sistema (Peralta-Rivero y Cuellar, 2018; Ureña y Villagra, 2016), y ha demostrado ser más sostenible y resiliente a los efectos adversos del cambio climático (Torrico et al. 2017).
Otro modelo a implementarse puede ser la agricultura bajo riego que ha demostrado que los ingresos familiares de productores pueden llegar entre Bs5.600 a Bs9.000 mensuales cuando existen mercados establecidos para los productos, pero va a depender mucho del contexto productivo (Zegada y Araujo, 2018). El riego también contribuye un mejor manejo del agua, cambia el paisaje rural, aumenta la vegetación, la diversificación productiva, además, con innovaciones tecnológicas reduce el esfuerzo y tiempo en la producción, trayendo consigo beneficios socioambientales para las familias.
Finalmente, no basta solo con proponer modelos alternativos sin que haya la voluntad y empoderamiento desde quienes promueven las políticas de desarrollo productivo en el país, hasta quienes reciben el apoyo para implementación de modelos de desarrollo. Será fundamental avanzar con base a los aprendizajes de varios años de trabajo en el sector agropecuario y forestal, y que este suceso de los incendios no se lo considere ocasional y que, en realidad, la pausa ecológica sea verdadera y respetada. Si no se toman medidas al respecto, me pregunto, ¿qué sigue después de los incendios? ¿será acaso la hora de los cambios de los Planes de Uso de Suelos -PLUS de los departamentos de tierras bajas? ¿será posible que conozcamos los fundamentos técnicos, científicos, socioambientales y políticos para el cambio de los PLUS?
Las autoridades nacionales relacionadas al control y fiscalización de los bosques, de tierras, así como de los recursos naturales y cambios climáticos en Bolivia, deberán ser propositivos y coherentes con sus propuestas de desarrollo según la región y las propuestas que deben ser construidas de manera inclusiva con los diferentes sectores de la sociedad civil del país, quienes deben ejercer un control social permanente a las políticas de desarrollo puesto que tienen impactos directos sobre todos los bolivianos, puesto que a raíz de los incendios, ha quedado claro que los sistemas de control y sobre todo de prevención de estos eventos en los municipios, gobernaciones y otras autoridades del Estado social del Estado no son eficientes ni suficientes.
Referencias de la nota: https://n9.cl/dvke
Por una Bolivia democrática, equitativa e intercultural.