Autor: Xavier Albó (*)
Fecha: 02/02/2015
Evo se quebró y rompió en llanto”, señala una nota de La Razón publicada el 26 de enero. Fue al verse delante del cadáver de su amigo y colaborador Carlos Villegas, rodeado de todos sus familiares.
Carlos Villegas, siendo uno de los pocos profesores académicos que no se dejaron embaucar por el discurso neoliberal, se dedicó totalmente al proceso de cambio, hasta entregar su propia vida. Primero, en 2006, puso en marcha con éxito el Ministerio de Planificación; después, tras el fracaso en serie de otros tres (incluido Santos Ramírez que sigue en la cárcel), se le encargó la complicada y riesgosa gerencia del estratégico YPFB. Él sí logró estabilizar a la empresa estatal petrolera con una adecuada ingeniería institucional.
Carlos Villegas tenía plena conciencia de la gravedad de su mal y así lo dejó dicho antes de viajar a Chile para un último intento: “Me voy... no volveré”. Sabía que debía evitar el excesivo estrés, pero siguió trabajando como siempre, con el agravante de una serie de denuncias a las que, poco antes de internarse, ya había respondido en una entrevista. Murió en pleno cumplimiento de su compromiso con el cambio. En lo de las denuncias hay cierto parecido con lo sufrido por José M. Bacovic, aunque desde la acera de enfrente.
Las lágrimas de Evo me han recordado a nuestro común amigo, el papa Francisco, cuando hace poco, en Filipinas, se quedó sin palabras y abrazó en silencio a Glyzelle Palomar, de 12 años, y a su compañero Jun Chura, de 14, cuando relataron al Pontífice la vida dura que vivieron en las calles de Manila, en medio de una serie de peligros y alimentándose con restos de comida que encontraban en la basura.
La niña no pudo contener las lágrimas y lloró al leer las preguntas que tenía preparadas para el Papa: “Hay muchos niños olvidados por sus propios padres.
También hay muchos que son víctimas de cosas terribles como las drogas y la prostitución. ¿Por qué Dios permite que estas cosas sucedan, cuando además no es culpa de los niños? ¿Y por qué hay tan poca gente que nos ayuda?”.
Las lágrimas de Glyzelle inspiraron al Pontífice un discurso sublime ante 30.000 jóvenes sobre la “teología del llanto”. “Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta, no le alcanzaron las palabras y tuvo que decirlas con lágrimas”, aseguró el Papa. Su realidad es superior a todas las ideas que yo había preparado”, explicó el Sumo Pontífice...
Francisco dice con el alma encogida: “Al mundo de hoy le hace falta llorar”. Nuestra sociedad hedonista, indigestada de materia, ha perdido la sensibilidad en el alma. Somos muy duros a la hora de juzgar y de actuar. Ya no nos duele la miseria ajena, ni las muertes, ni el terrorismo, ni el insulto descarado... Hemos perdido la capacidad del llanto dolorido, o del llanto emocionado, la ternura, el asombro en la contemplación de la belleza, o la indignación al percibir el dolor ajeno. Es un pecado estructural.
Jesús, hijo de Dios, ante la tumba de su amigo Lázaro, se estremeció y lloró dos veces. “Miren cómo le amaba” dijeron todos. No mucho después, en el huerto de Getsemaní Jesús sudó lágrimas de sangre...
Evo niño e incluso el joven Evo recién llegado al Chapare también lloraban, como nos relata él mismo. Ojalá Evo, a veces tan duro, nunca pierda esa capacidad de llorar ante situaciones dolorosas, inhumanas, sufridas por gente propia y también por opositores. Esa capacidad de llanto y compasión no lo rebaja, sino lo enaltece, lo hace más humano.
(*) Xavier Albó es antropólogo lingüista y jesuita
Artículo publicado el domingo 2 de febrero de 2015 en La Razón.
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