Autor: Gustavo Clavijo (*)
Fecha: 06/11/2017
En cumplimiento a la Ley Nº 577, promulgada el 3 de octubre de 2014, el pasado 26 de octubre se celebró el “Día Nacional de la Leche” que este año se complementó con la realización de festivales de la leche en diferentes ciudades del país. El objetivo de estos eventos fue promocionar el consumo de leche a nivel nacional y así aportar a la nutrición de la población boliviana, al desarrollo rural y a la construcción de la seguridad alimentaria con soberanía en el país.
La consigna de esta campaña fue “Consumamos dos vasos de leche al día”, que busca alcanzar hasta 2020 un consumo per cápita de al menos 120 litros de leche al año, es decir prácticamente duplicar el consumo actual, que es de aproximadamente 62 litros, objetivo que no parece ajeno a la realidad, considerando que en 2011 el consumo llegaba a 30 litros anuales. De esta manera la población boliviana estaría más cerca de cumplir los parámetros de la Organización Mundial de la Salud, que recomienda un consumo de leche de 182 litros anuales por persona.
Como es de suponer, el incremento en el consumo de leche no solamente representa un importante avance en términos alimentario – nutricionales, sino que también tiene un rol estratégico para el desarrollo rural agropecuario, especialmente para las aproximadamente 16.900 familias de pequeños productores en todo el país, que producen menos de 50 litros de leche por día y de cuya venta obtienen una fuente de sustento. Este tipo de producción es predominante en la región altoandina, especialmente en el altiplano paceño; pequeños productores que a lo largo de los años, han realizado grandes esfuerzos y sacrificios para mejorar la producción lechera en la altura, actividad que por momentos parece tener un futuro incierto
Debido a la caída de los precios internacionales de la leche ocurrida entre 2015 y 2016, tomamos consciencia de que la zona rural de Bolivia no es inmune a los problemas globales, porque las relaciones internacionales de mercado mostraron su capacidad para desestabilizar la producción local y la vida misma de los pequeños productores, cuando las empresas transformadoras y comercializadoras de leche en Bolivia buscaron reducir los precios y volúmenes de compra, generando una crisis especialmente amarga para los pequeños productores y obligando al Estado a intervenir, mediante una Resolución Biministerial (N° 001/2017 del 5 de enero 2017) emitida entre el Ministerio Desarrollo Productivo y Economía Plural y el Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, donde se fijaron bandas de precios mínimos a ser pagados a los productores lecheros, otorgando un respiro momentáneo al sector.
Pero más allá de causas y efectos coyunturales, la problemática de la producción lechera en general y de los pequeños productores lecheros en particular, amerita análisis y acciones estratégicas oportunas, porque lo que ha pasado pudiera solamente ser la punta de un iceberg.
En primer lugar, se debe considerar a los efectos del cambio climático como un nuevo escenario y no solamente como una probabilidad. Los cambios en las temperaturas y regímenes de lluvia constituyen un riesgo latente para la producción agropecuaria. Por ejemplo en 2017, en el altiplano paceño, muchas familias productoras de leche se vieron afectadas por lluvias tardías, que se produjeron luego de la cosecha de forrajes y que provocaron pérdidas importantes de la reserva forrajera por pudrición. Esto se sumó a una gestión agrícola anómala, con mala distribución de la lluvia, granizo, fuertes vientos y heladas inesperadas; todo ello ha repercutido sobre la base de la producción lechera, que es la producción de forraje.
Otro aspecto preocupante es la pérdida de competitividad del pequeño productor altoandino frente a productores lecheros medianos y grandes, principalmente afincados en el oriente boliviano, quienes disponen de los recursos y la tecnología necesaria para obtener rendimientos superiores, menores costos de producción y mayor rentabilidad por sus productos. Si además se añade a esto la presión de mercado de otros países productores de leche en un mundo globalizado, este problema se multiplica y agudiza mucho más.
También es importante el efecto que pueden producir las empresas transnacionales involucradas en el proceso de producción, transformación y comercialización de la leche, cuyo principal objetivo es el lucro y no así el bien común de la población. Es cada vez más corriente que la leche de vaca sea mezclada con otros productos (como la leche de soya, por ejemplo), a fin de reducir costos y, de paso, los consumidores seamos hechizados por la publicidad que nos hace creer que estos productos son superiores a la leche pura de vaca.
Es que de todos los riesgos que acechan al pequeño productor lechero, no solo en el altiplano boliviano sino en todo el mundo, es la preferencia del consumidor lo que más debería preocuparnos. La tendencia mundial indica la probabilidad de que el consumo per cápita de leche se vaya reduciendo paulatinamente, porque los consumidores están empezando a preferir productos alternativos, como ser jugos, zumos, bebidas energizantes, las mal llamadas “leches” de almendra, soya, avena, arroz y otros productos similares.
Además, las preferencias de los consumidores se decantan por productos “mejorados”, que incluyen mezclas bajas en grasa, lactosa o carbohidratos y productos dietéticos relacionados con aspectos de salud o simple estética. Si a esto le sumamos que la producción de quesos, yogur y especialmente mantequilla pudieran ser la tabla de salvación del sector, pero que las preferencias del mercado exigen productos cada vez más elaborados y que requieren tecnología e inversiones que están fuera del alcance del pequeño productor, podemos comprender la magnitud del reto que deberemos encarar en un futuro próximo.
Aquí nos referimos no solamente a un tema productivo o económico, sino también a formas y medios de vida campesinos que tradicionalmente han sido marginados y cuyas perspectivas no parecen ser demasiado halagadoras. Esto nos lleva, una vez más, a la necesidad de organizarnos, conversar, planificar y llegar a acuerdos sociales, que no solamente busquen la frialdad del costo beneficio, sino que sirvan para construir el Buen Vivir que todos anhelamos.
(*) Gustavo Clavijo es director de CIPCA Altiplano.
Por una Bolivia democrática, equitativa e intercultural.