CIPCA Notas

La moneda está en el aire

Autor: Lorenzo Soliz Tito (*)
Fecha: 16/09/2013

 

El miércoles 11 de septiembre, tres asuntos y una urgencia noticiosa ocuparon la atención de los medios de comunicación: las dubitaciones estadounidenses sobre si bombardean o no Siria, el paro paceño contra la “desaparición” de poco más (o poco menos) de 30.000 habitantes en el Censo 2012 y el recuerdo de la ominosa y larga dictadura iniciada en Chile hace ya 40 años.

Hechos como éstos son los que suelen ocupar la mirada ciudadana —con buenas razones, sin duda— y desplazarla de otros tantos temas que considero de urgencia nacional como del que voy a ocuparme aquí y que también apareció como noticia (“marginal”, claro) en ese mismo miércoles 11 de septiembre: el anuncio de la realización de un segundo foro andino-amazónico sobre desarrollo rural.

La urgencia a la que me refiero (y no me excedo en nada en utilizar esta palabra) es el nexo que debiéramos encontrar los bolivianos entre el Censo Nacional Agropecuario prácticamente ya en marcha y la relevancia de agricultura familiar en el país.

Y fue precisamente en el primer foro andino-amazónico (mayo de 2012) cuando, a través de las palabras de un viejo amigo de Bolivia, conocedor de sus espesuras e “inventor” de esa palabra de hondo sentido histórico y conceptual que tan bien define a los pobladores andinos y amazónicos —campesindios—, el profesor, investigador y científico social mexicano Armando Bartra Verges, quien nos ofreció un buen retrato de la referida agricultura familiar, de su actualidad y persistencia, y de algo no menos sustancial: el contexto económico y político en que desarrolla sus actividades, no sólo en Bolivia, sino en el mundo.

Esto último, el contexto en que se desenvuelve la agricultura familiar, la principal actividad económica de los campesindios andinos y amazónicos, es especialmente trascendente en tiempos de censo agropecuario, a la hora de recabar adecuadamente la información sobre su importante rol en la seguridad alimentaria y su aporte a la producción y economía del país; a la hora de interpretar sus resultados y formular propuestas de ajustes y cambios en las políticas públicas y en la asignación de las inversiones. El contexto. Bartra, para retratar a la agricultura que practican esos campesindios, comienza con eso, con el contexto.

La carestía de comida, o crisis alimentaria, es uno de los signos con los que se ha iniciado el siglo XXI. Esa crisis y la permanente amenaza del hambre en el mundo han renovado el ya viejo debate sobre las virtudes de la pequeña producción diversificada y tecnológicamente sostenible versus el monocultivo intensivo en agroquímicos y en gran escala.

Y en medio de ese debate, hay en América Latina unos gobiernos “postneoliberales” —el de Bolivia indudablemente entre ellos— cuya tendencia en el ámbito agrario se ha mostrado dirigida, inicialmente al menos, a la revitalización del concepto de la reforma agraria, el control de territorio y al ensayo de un “nuevo” modelo de desarrollo agropecuario.

El contexto que dibuja Bartra se completa con la postura discursiva que, frente a la crisis alimentaria (crisis agraria, también), han asumido el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Una vez más —afirma el profesor mexicano— esos organismos, y esta vez desde un “discurso neocampesinista de derecha”, pretenden instalar nuevamente “la posibilidad de volver a poner el trabajo campesino al servicio del capital privado”. Y es que, razona Bartra, la agricultura familiar —desde la óptica de estos organismos multilaterales— “no sólo es una buena alternativa para cultivar tierras marginales sino que, a diferencia del agronegocio, no puede especular con la escasez elevando los precios y, a la inversa, cuando los precios bajan, sigue cultivando y sigue ofertando sus cosechas”.

Un dato más que añade Bartra al contexto actual de la crisis alimentaria, lo que él nombra como “neolatifundismo globalizado” y que tiene como protagonistas a numerosos gobiernos —los de China, Corea del sur y Arabia Saudita, entre ellos— y transnacionales (Morgan Stanley, Benetton y Mitsui) que han desatado una vertiginosa carrera por hacerse de grandes extensiones de tierra en África, Asia y América Latina, un paso previo “a la mayor ampliación y profundización del modelo de agricultura industrial y mercadeo especulativo”.

En síntesis, lo que Bartra nos propone como lectura del mundo actual, en el ámbito agrario, es el intento universal de imponer un “modelo agrario perverso”, una agricultura bimodal, articulada y asimétrica, en el que los campesinos trabajan en tierras malas y cultivos poco rentables destinados al mercado interno o a la agroindustria, y el agronegocio opera en las tierras más fértiles y en los cultivos de exportación más redituables.

Un modelo alternativo. Ante ese panorama, opone, como un modelo alternativo, eso que él denomina “las (modernas) comunidad agraria y familia campesina”, “unas entidades sociales (así las define) que  insertas en el mercado, no lo han interiorizado o no lo han adoptado al mercado como su racionalidad dominante en su reproducción. “Insertas en el mercado”, concluye Bartra, “estas comunidades agrarias y familiares resisten al mercado”.  

Hay en nuestros países un modo campesino-comunitario de producir y distribuir —afirma el mexicano— donde la economía cuenta, pero no manda; hay una agricultura doméstica que puede ser “rentable”, que aspira a serlo, pero su objetivo mayor no es el lucro, es el bienestar de la comunidad y la familia, sigue Bartra y remacha: “Ésta es una economía moral inscrita en la lógica comunitaria del vivir bien”.

Por eso, pleno de actualidad, Bartra también se pregunta: “¿Los gobiernos revolucionarios no hacen lo que esperamos de ellos porque el poder corrompe inevitablemente hasta a los mejores, o porque esperamos del Estado lo que el Estado no puede hacer?”.

Es posible pues, como advertirá el lector, cuando nos abrimos al mundo —como ha ocurrido y ocurrirá seguramente en el segundo foro andino-amazónico—, encontrar sustanciosas lecturas de la realidad política de nuestros países que sin duda nos enriquecen. Y en el caso concreto que nos ocupa, esas lecturas nos permiten advertir que estamos como bolivianos, y quizá como siempre, ante los viejos dilemas, también como siempre. Como diría Bartra, “está la moneda en el aire".

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