Autor: Xavier Albó (*)
Fecha: 14/04/2014
Retomaré el tema de mi anterior columna (La Razón, 30-03-14) reflexionando sobre tres enfoques del desarrollo en relación con la Madre Tierra. Son los siguientes:
1. Priorizar la dimensión económica para su lucro, caiga quien caiga. Éste sigue siendo el modelo dominante: “Vivir mejor” unos pocos, por encima de los demás y de la Madre Tierra. 2. Priorizar todo lo humano. Ser humanista ya es un gran avance y, a la vez, nos asocia a tradiciones de raíces milenarias. 3. Priorizar todas las formas de vida: humana, animal, vegetal y probablemente también otras aún más primigenias.
El enfoque 1 está en el centro del actual conflicto entre los mineros “cooperativistas” (entre comillas) y el Gobierno, por no mencionar a los pueblos indígenas, campesinos y barrios urbanos involucrados, que ni siquiera fueron consultados para el proyecto de ley. Escribo mi columna antes de la ya programada reunión entre Evo Morales y los “cooperativistas”. Ojalá ya se haya resuelto cuando llegue a los lectores, y no por transacción culposa del Gobierno que, de momento, en este conflicto presenta mayor respeto a la Constitución Política del Estado (CPE).
El enfoque 2 puede facilitar “vivir bien” entre los humanos. Pero si habla de la naturaleza no lo hace como de una madre sino para salvar el hábitat del [a] “rey[na] del universo”.
En el enfoque 3 podemos distinguir dos niveles. El 3a, del que los pueblos indígenas suelen tener más conciencia que otros, es el de nuestra relación con la Madre Tierra, y todo lo que la compone, madre de la que surgimos y a la que retornamos. San Francisco de Asís puede seguir diciendo a sus anchas “hermano sol, hermana luna, hermano lobo…”. Como los guaraníes, que invocan al “dueño del monte” (kaa iya) cuando le piden permiso para cazar algún animal para su alimentación. O los andinos que siempre le ch’allan a ella y a otros seres, para que transmitan su ajayu (espíritu) a todo, incluso a las nuevas viviendas o vehículos.
Entramos así al nivel 3b del que hay todavía poca conciencia pero que ya se lo vislumbra desde la física cuántica y otros avances científicos recientes, que van encontrando lo común de todo el universo; no solo en nuestra Madre Tierra, sino en todo el Cosmos. Parece cada vez más claro que entre el Helio, un bloque de cemento y los humanos no hay diferencias esenciales radicales, sino solo de intensidad en la composición de sus elementos primordiales. La vida humana, la de las plantas y animales serían solo las fases más recientes de un aliento o élan vital (Bergson) que viene desde el Big Bang.
Leonardo Boff, uno de pensadores que de manera más temprana y sistemática enlazó la teología y la espiritualidad de la liberación con la ecología, así nos lo explica en su carta semanal del 04-04-14: “La Tierra está viva, es un superorganismo viviente, denominado por los andinos Pachamama y por los modernos Gaia, el nombre griego para la Tierra viva. La especie humana representa la capacidad de Gaia de tener un pensamiento reflejo y una conciencia sintetizadora y amorosa… y descubrir espiritualmente el misterio que la penetra. Lo que los seres humanos son en relación a la Tierra lo es la Tierra en relación al Cosmos por nosotros conocido. El Cosmos no es un objeto sobre el cual descubrimos la vida [sino]… un sujeto viviente que se encuentra en un proceso permanente de génesis”.
El viejo y tan despreciado “animismo” de tantos pueblos indígenas revive y se vigoriza de otra manera, como el ave Fénix, que renace de sus cenizas.
(*) Xavier Albó es antropólogo, lingüista y jesuita.
Artículo publicado el domingo 13 de abril de 2014 en La Razón.
Por una Bolivia democrática, equitativa e intercultural.