
Autor: Vladimir Paniagua - CIPCA Regional Cochabamba
Fecha: 26/09/2025
En las mesas de los bolivianos, las conversaciones giran en torno a la crisis económica; en las ciudades, se lamenta el incremento en los precios de alimentos básicos como el arroz, el aceite o la carne. Sin embargo, en las comunidades rurales —desde el Altiplano, pasando por los Valles hasta las Tierras Bajas— las familias de pequeños productores enfrentan un desafío mayor: los precios de sus productos no compensan el encarecimiento de insumos y alimentos industrializados.Ante este panorama, las enfermedades no transmisibles, tales como la diabetes, la obesidad, la anemia y la hipertensión, registran un alza alarmante. Entre 2008 y 2016, la desnutrición crónica en menores de 5 años disminuyó del 32% al 16%; no obstante, los índices de malnutrición van en ascenso: el 36% de la población en edad escolar y el 58% de las mujeres en edad fértil presentan sobrepeso u obesidad. Esto incide directamente en la productividad laboral, el desarrollo infantil y un alto gasto público en salud, en detrimento de programas productivos que podrían prevenir estos problemas.
Ilustración 1: Radiografía de la malnutrición en Bolivia, según departamentos
Fuente: Elaboración propia en base a FAO, OMS, MSYD
La dieta promedio boliviana concentra más del 60% en el consumo de carbohidratos (arroz, fideos, pan), el 11% en proteínas (carne, huevos) y apenas el 10% en frutas y verduras, situación que dista mucho de las recomendaciones para una alimentación saludable. Especialistas en salud y nutrición sugieren elevar el consumo de frutas y hortalizas, cuya producción proviene casi en su totalidad de la agricultura familiar campesina (AFC) (Wanderley et al., 2021).
La canasta básica de alimentos boliviana incluye una base significativa de al menos 39 productos frescos de la AFC. Además, en la coyuntura de crisis sanitaria, social y económica de los últimos años, esta agricultura ha demostrado su capacidad de contribuir a nuestros sistemas alimentarios con productos sanos y de alto valor nutricional.Por ende, la importancia de la AFC no se limita a los más de 1.5 millones de productores que se dedican a ella, sino a su aporte esencial — muchas veces subestimado— a la seguridad alimentaria de las familias bolivianas. Este sector genera el 60% de la producción nacional; en contraste, la agricultura empresarial, concentrada principalmente en Santa Cruz y enfocada en commodities para exportación como soya, trigo y caña de azúcar, representa solo el 40%. Mientras que la primera prioriza la diversificación para el consumo interno, la segunda se orienta al mercado global.
Ilustración 2: ¿Quién produce los alimentos que consumimos? Volumen de producción según grupo de alimentos y modelo de agricultura
Fuente: Elaboración Propia, INE CNA 2013, SIIP.
La fuerza de la AFC radica en su diversidad regional; cada zona aporta alimentos con valor nutricional único. No solo quitan el hambre, sino que además previenen enfermedades y sostienen la cultura alimentaria del país.
En el Altiplano: Cultivos resilientes como la quinua, la cañahua y la papa —incluyendo variedades nativas— proporcionan proteínas vegetales, carbohidratos complejos y minerales como hierro, zinc y magnesio. En 2023, los pequeños productores generaron más de 60 mil toneladas de papa y cerca de 25 mil toneladas de quinua, abasteciendo el mercado interno y la exportación. Estos alimentos no sólo nutren, también ayudan a prevenir la anemia y fortalecen el desarrollo infantil.
En los Valles: La riqueza en leguminosas como el haba, la arveja o el tarwi se complementa con hortalizas (cebolla, zanahoria, tomate) y frutas de estación (durazno, manzana, frutilla, tumbo). Esta región aporta el 45% de las leguminosas consumidas en Bolivia, cubriendo demandas vitales de proteínas vegetales y fibra. La producción hortícola alcanza las 150 mil toneladas anuales, convirtiendo huertos familiares en centros de nutrición y economía local.
En las Tierras Bajas: La AFC destaca con frutas tropicales y frutos del bosque (plátano, piña, papaya, cítricos, copoazú), junto a cultivos como arroz, yuca y maíz. Estos ofrecen hidratos de carbono esenciales, vitaminas A y C, antioxidantes y energía. Solo el plátano y la yuca suman más de 300 mil toneladas anuales, con un interesante potencial para la generación de valor agregado sostenible, como en productos de copoazú y asaí en mercados saludables.
En conjunto, esta producción diversificada abastece el 98% de los alimentos frescos de la canasta básica, posicionándose como la mejor alternativa a la dependencia de ultraprocesados. De esta manera, ofrece una nutrición adecuada para combatir la desnutrición, el sobrepeso y las enfermedades no transmisibles.
Ilustración 4: Producción diversificada de alimentos en Bolivia, según regiones
Mapa Interactivo: https://bit.ly/48B3TFu
Y es que en cada comida boliviana late una verdad incómoda: lo que nos nutre proviene no de grandes empresas ni importaciones, sino de millones de manos campesinas invisibles. Su reconocimiento no es sólo un acto de justicia, sino una apuesta estratégica de parte de los decisores públicos, entidades del desarrollo y sociedad civil, garantizando así la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible de Bolivia.
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